sábado, 30 de marzo de 2013

Así es Corea del Norte en diez puntos

1. Es una reserva natural política. Corea del Norte renunció al comunismo hace décadas a cambio de una filosofía propia, el Juche. Su tesis principal es la autosuficiencia. Pero la sociedad se parece aún mucho a lo que podría ser hoy una rígida sociedad comunista. Las granjas son colectivas, la comida y otros productos básicos están racionados, no hay paro y poca propiedad privada, las imágenes de los líderes están por todas partes.

Hay incluso detalles menores que calcan de los comunistas: los trabajadores de oficinas ayudan a los campesinos dos semanas durante la cosecha, los viernes tienen un día de trabajo social (en la foto docenas de amas de casa cuidan un parterre en Pyongyang), los sábados deben estudiar y los domingos descansan.
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En una charla con un diplomático ruso que llevaba casi tres años en Corea, me preguntó qué había ido a hacer allí: “Ver un país distinto”, le dije. “Es una reserva natural política”, me contestó. Es el último país de su especie. Los otros países que se declaran comunistas -China, Cuba, Vietnam y Laos- se han abierto en distintas medidas. Corea del Norte, no.

2. Los coreanos están aislados. El cierre al exterior de Corea del Norte tiene como objetivo preservar el régimen. La influencia de extranjeros y sus costumbres puede ser mala. Es probable que los norcoreanos sean las personas que sepan menos del resto del mundo.
En una charla con una universitaria de veintipocos años, le pregunté por Google, Facebook y Youtube. No sabía qué era ninguna de las tres. En Corea del Norte hay solo intranet, no internet. La red es nacional y pocos tienen acceso a ordenadores con conexión. No sé bien qué información puede encontrarse en esa red especial. En todo caso, es limitada.
Con el cine ocurre algo parecido. En otra conversación, dos personas no supieron quiénes eran Brad Pitt, Harrison Ford y Clint Eastwood. Es probable que hayan podido ver alguna de sus películas y no retengan el nombre. El régimen permite algunas películas históricas extranjeras. Intenta que no se vea el éxito o la potencia de ciudades modernas en países rivales. Algún extranjero dice que circulan de mano en mano deuvedés que llegan de Corea del Sur. No he podido comprobarlo. Otro grupo de universitarios había visto El Rey León y vi en dos locales públicos teles con La Bella y la Bestia y una película de Jackie Chang.
Un joven de un grupo de cuatro universitarios me habló de sus gustos musicales: “Me gusta el rock, pero no el jazz”, dijo. Parecía que sabía distinguirlos. Cuando le pregunté por algún nombre, me dijo: “Ninguno en especial”, con cierto rubor (es difícil decir si sienten algo de vergüenza por no saber obviedades o ni siquiera intuyen que no las saben). Probé con algunos nombres: “¿Beatles, Rolling Stones, Queen, Madonna?” Mientras entre varios intentaban dar con un nombre de un músico extranjero, uno saltó: “¡Beethoven!” No salió ninguno más.
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El dobladillo del papel está hecho especialmente para evitar dañar la imagen del líder actual, Kim Jong un. Hablé con un norcoreano de la nueva esposa del líder actual, que fue presentada en público poco antes de mi viaje. No sabía su edad, su oficio -es cantante- ni de dónde salía: “Cuéntame tú -me dijo-, en el extranjero los medios dicen más cosas”.

3. La propaganda es arrolladora. Desde su fundación, Corea del Norte ha tenido tres presidentes de la misma familia: Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Jong-un. El primer Kim es una figura parecida a la de Mao Zedong: un presunto héroe en la lucha contra el opresor extranjero y el fundador de la patria con ayuda soviética.
Kim gobernó desde 1948 -cuando los soviéticos salieron del país y se fundó la República Democrática Popular de Corea- hasta su muerte en 1994. Su hijo ha mandado desde entonces hasta que murió en diciembre de 2011. En estos ocho meses, en muchos de las grandes esculturas y pinturas de homenaje, el hijo ya acompaña al padre. Estas son las dos grandes estatuas de Pyongyang.
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Aquí vienen las parejas cuando se casan o cuando hay algo que celebrar. Los extranjeros que vamos al país pasamos primero de todo por aquí para hacer una reverencia ante los líderes. En otros carteles, el primer Kim sigue solo:
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Todos los coreanos deben llevar un pin con sus efigies. Hay varios modelos. En todas las casas y lugares públicos también deben colgar los retratos de los dos líderes. El marco no es normal, sino como se ve en la foto. Así parece que siempre miren hacia abajo.
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Muchas de las historias que cuentan en Corea de sus líderes rozan el terreno religioso. El primer Kim sigue siendo “el presidente eterno”. En todos los lugares oficiales por los que pasan -hospitales, obras de ingeniería, museos de costura-, dan “instrucciones”, que se siguen a rajatabla. En muchas de las fotos de los dos líderes hay alguien en la comitiva que toma notas. Se les presenta como los salvadores de la patria: sin ellos, los coreanos no sabrían avanzar. Este es Kim Il-sung rodeado de apuntadores:
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Este es su hijo, Kim Jong-il:
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Un día bromeé con una norcoreana. Había cruzado a pie un riachuelo y le dije: “Jesús tambien anduvo por encima de las aguas. ¿Kim Il-sung no ha hecho algo parecido?” La señora no rió, me miró un poco descolocada y me dijo con respeto: “Las acciones de Jesús son leyendas”. Kim en cambio era real. En otro post hablaré algo más de la religión.

4. Los extranjeros están limitados. El problema para los extranjeros en Corea del Norte es doble: primero, el régimen no quiere que se relacionen con locales y les cuenten cómo es la vida fuera, y segundo, el gobierno pretende dar la imagen de un país eficaz y sólido, así que los extranjeros no deben ver lugares destartalados, sucios o que no funcionen. Esto implica que no puedan salir del hotel ni pasear solos, hablar con locales, hacer fotografías delatoras. El control es casi siempre extraordinario, pero a veces se puede lograr algo con disimulo.
Tampoco puede llevarse móvil; en la frontera los sellan con poca sofisticación, como se ve en la foto. Sí que se puede entrar con ordenador o iPad. No son muy sagaces al identificar novedades. Un extranjero entró sin querer con un aparato que sirve para emitir wifi desde todo el mundo -un MyFi. En la frontera se lo encontraron y le preguntaron qué era. Él respondió: “Una batería”. Y entró.
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Obtener el visado es sencillo: solo hay que pedirlo a través de una agencia que tenga relaciones con el país. (Yo tuve dificultades porque los periodistas no pueden entrar; me ayudó no trabajar en un gran medio.) Se puede ir en grupo o como viajero independiente, pero siempre hay asignados dos guías y un chófer con un itinerario cerrado.
El interés de los coreanos para que el extranjero vea un país perfecto hace levantar sospechas: nadie sabe al final qué es cierto y qué no. Algunos turistas creen que algunas de las visitas están preparadas incluso con actores para dar una mejor imagen. Yo solo tuve esa impresión en un par de presuntos templos budistas.
Los castigos para los coreanos por saltarse alguna de estas normas son aleatorios y en parte muchos se saben sobre todo por gente que ha logrado huir. Sus historias son aterradoras. Solo una persona me citó “dos días de reeducación” medio en broma para referirse a qué pasaría si hacía algo mal. Es un asunto tabú, pero la reeducación parece que va mucho más allá.

5. Hay muchos coreanos que son militares. El país donde yo había visto más militares por la calle era Israel. Corea del Norte le supera de largo. La mayoría de veces he visto soldados sin armas y de paseo o permiso, aunque también van en formación, como se ve en esta foto.
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Incluso en los parques de atracciones -una de las grandes diversiones- iban en formación a pasar un buen rato.
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Es improbable, pero Corea del Norte podría tener que afrontar una nueva guerra contra el Sur. Es la excusa para estar preparados. En el paseo por la zona desmilitarizada que separa las dos Coreas, el oficial que hacía de guía dijo: “Si a los americanos se les ocurre volver a atacar, les aniquilaremos”. Es un ejemplo del discurso oficial optimista.

6. La economía no da para todos. En Corea del Norte no hay paro oficial. Todos tienen aparentemente una labor que hacer. En las ciudades y en las carreteras hay pocos coches, pero mucha gente va arriba y abajo en autobús, tranvía o bicicletas a todas horas, también de noche.
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Solo he podido comprobar dos cosas sorprendentes sobre el trabajo. Primero, en Corea del Norte se usan pocas máquinas. La fuerza humana es la herramienta común. En esta obra que parece de envergadura, solo hay hombres. Las tiendas tienen pinta de ser la residencia de los trabajadores.
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Aquí cavan una zanja a paladas entre tres.
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La maquinaria es difícil de ver también en el caso de grúas para podar o cambiar bombillas en farolas. La seguridad no es una prioridad. En otra obra un militar me vio hacer fotos desde el bus de unos obreros colgados de un andamio sin protección. Nos siguió y tuve que borrarlas. La excusa dudosa era que la obra era del ejército.
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El segundo aspecto interesante es algunos trabajos extraños. El más raro que vi fue el de esta mujer que sacaba hierbas con la mano de un parterre en Kaesong.
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A su lado tenía a una joven y a veces se ayudaban con una pequeña azada. Cuando dejaron de arrancar hierbitas, habían reunido estos montículos. No sé si algún aficionado a la jardinería o botánico sabría explicar qué se consigue así.
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Vi a mucha otra gente en cuclillas en parterres, pero no pude comprobar tan bien qué hacían. La periodista Barbara Demick cuenta en Querido Líder que durante la hambruna de los 90, se buscaban raíces comestibles en los jardines y bosques. Algunos daban la impresión de buscar algo así porque seleccionaban y lo guardaban en un saco. Pero no tengo ninguna prueba definitiva más que fotos así.
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O así.
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Según Naciones Unidas, a dos terceras partes de los norcoreanos no les basta con la comida del gobierno para llegar a fin de mes. Quienes tienen dinero o cultivos, dan con alternativas. Pero hay otros que deben buscarse la vida. Hay varios modos de hacerlo: una prueba son estas torres de vigilancia en los campos de maíz y patatas. En época de cosecha, vigilan que nadie robe.
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7. Las necesidades básicas se cubren en parte. No hay duda de que hay millones de norcoreanos que tienen las necesidades básicas cubiertas. El problema es saber cuántos son y si querrían disfrutar de más. La educación y la sanidad son gratuitas. Por ejemplo, en una especie de biblioteca nacional en Pyongyang jóvenes estudian. Disponen de muchas obras, pero en conversaciones con gente vinculada al centro, a preguntas inocentes sobre cuántos libros había, respondían cantidades brutalmente distintas: de 2 a 23 millones (la Biblioteca del Congreso tiene catalogados 34 millones de libros).
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También pueden aprender inglés o photoshop (con muchos alumnos).
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En la visita nos enseñaron un libro en inglés y un disco viejo de Madonna. En esta sala podían escucharlos, pero no había casi nadie.
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En ese centro tienen un filósofo al que se le pueden preguntar dudas, como si fuera un sacerdote.
Le pregunté quién era su filósofo favorito. Dijo que era Kim Il-sung junto a los apuntes que había hecho su hijo, Kim Jong-il. Durante mi visita, otra persona le pidió si existía el libre albedrío. Se embarcó en una respuesta larga que al intérprete le costaba traducir. Más o menos dijo que existe la independencia, pero que el verdadero sentido está en vivir en sociedad, en lo colectivo; una vida en una isla desierta no tiene sentido. Un ser independiente -siguió- debe ser un líder de masas.
“El colectivismo es lo mejor”, concluyó el traductor. Luego puso un ejemplo: cuando un alumno pide prestado un libro y no lo devuelve a tiempo, el castigo no es para él sino que toda su clase se queda sin poder pedir libros durante un tiempo. “Los castigos colectivos son los mejores”, concluyó.
La sanidad también es gratuita. El único hospital que pude ver -elegido por el régimen- fue una maternidad. Era correcto, aunque con detalles curiosos. Los padres no pueden ver a su mujer o hijo tras dar a luz hasta que no pasan tres o cinco días. Mientras, se comunican por aquí.
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En una de las salas había también esta máquina de rayos uva. Según parece es porque el sol es necesario para evitar enfermedades en la piel tras un tiempo sin estar expuesto. Pero es un artilugio raro en un hospital.
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Así era la máquina de rayos x, importada de Italia.
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Más allá de estas necesidades cubiertas, las oportunidades son limitadas. Si a un ciudadano no le gusta la vida en su pueblo o ciudad no puede mudarse si el gobierno no se lo permite. Todas las entradas y salidas de las ciudades están punteadas de puestos de control. A la llegada a Pyongyang, los autobuses deben salir de la carretera y todos los pasajeros enseñan un carné que les identifica como habitantes de su ciudad. En el tren, esa criba se hace al salir de la estación. En los pueblos, la gente que va en bicicleta baja del sillín y cruzan a pie los puestos de control.
A pesar de todo, comprobé y pude documentar con alguna imagen pequeñas iniciativas de gente que trata de buscarse la vida a margen del sistema. Es un asunto importante. Lo trataré en el último post.

8. La pobreza es grande, la miseria hay que buscarla. Corea del Norte es un país pobre. Excepto en Pyongyang, donde casi todo parece digno, el resto del país es humilde. Desde la calle no puede verse qué hay dentro de las casas. Estos son algunos ejemplos de lo que se puede ver desde fuera. (El gobierno no permite entrar teleobjetivos profesionales de más de 250 mm.)
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O aquí, donde se ve un edificio sin acabar con viviendas ocupadas.
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De noche, puede verse que en todas las casas hay un único punto de luz, en el techo. Los cortes son frecuentes. En once días, viví interrupciones breves de luz al menos cuatro veces en buenos hoteles. En invierno ocurre más a menudo. Corea del Norte está varias semanas a -20 grados. Los jóvenes, para poder ver y estudiar y evitar el frío, bajan a trabajar al metro. Según me han contado, las estaciones están llenas de estudiantes en esa época.
He intentado fijarme, pero he visto poca miseria. Puede ser que en el noreste del país haya más pobreza extrema, pero en las regiones que yo visité vi menos que por ejemplo en India. En once días vi a dos personas harapientas -que no mendigaban- y a unos pocos niños sin zapatos. En este vídeo de una estación de tren del norte del país se ve a un niño abandonado. En Corea del Norte se ven muchos niños solos por la calle -parece un país seguro-, pero este es distinto.
Aquí está capturado en un fotograma:
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Según la periodista Barbara Demick, durante la hambruna de los 90 muchos niños fueron abandonados o quedaron huérfanos y vagaban por las estaciones de ferrocarril. Quizá aún ocurra en algunos casos.

9. Los valores son conservadores. En una charla con una joven universitaria norcoreana le pregunté qué pasaba si a un hombre le gustaba un hombre o a una mujer, una mujer. Me miró sorprendida: “Eso no puede ser”, me dijo. ¿Y si pasa? “Aquí no pasa”.
El divorcio es algo también improbable. Pregunté por motivos para divorciarse: “Debe ser una razón muy sólida”, me dijeron. Pedí ejemplos: ¿que te pongan cuernos? ¿Que te peguen? No me respondieron con detalles. Cuando hay algún tema que se pone difícil suelen dejarlo en un “no lo sé”. En algunos casos, podía ser cierto. El sexo antes del matrimonio era otro asunto tabú. Si hay prostitución en Corea, está a disposición de muy pocos.
El nacionalismo es importante no solo porque están en guerra con el Sur y sus aliados los americanos, sino porque algunos creen que su raza es especial. La Constitución permite casarse a una norcoreana con un extranjero, pero los extranjeros con quienes hablé que habían visitado el país más de una vez me dijeron que era imposible. “Hay que conservar la raza”, me dijo un norcoreano.

10. ¿Los norcoreanos se lo creen? Es la pregunta inevitable. En el siglo XXI hay un país donde la gente va el día de su boda o de su cumpleaños a agradecérselo al líder (era el cumpleaños del militar de la foto) y a hacerle una reverencia; creen que el líder se esfuerza en protegerles y que a la vez es capaz de diseñar una presa, dar consejos técnicos a mineros y ser un gran filósofo. ¿Se creen todo eso o solo lo hacen ver?
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Si la pregunta se les hace en abierto, nadie duda: "El mejor presidente del mundo es Kim Il-sung", me dijo un universitario. "Ningún líder del mundo ha arriesgado bajando 800 metros a una mina de carbón para saludar a su gente; solo Kim Jong-il lo ha hecho", dijo un guía del Museo de las Tres Revoluciones.

Hay dos posibles motivos para la posible fe de los norcoreanos. Primero, la ignorancia. Según un diplomático ruso que lleva casi tres años en Pyongyang, “la mayoría de los norcoreanos saben un 1 por ciento de lo que ocurre fuera”. ¿Solo?, le pregunté. “Bueno, quizá un uno y medio por ciento”, dijo. La propaganda dice que Corea es un gran país. Nadie sabe bien en realidad qué ocurre fuera y si hay algo mejor. Las revueltas árabes no han sido cubiertas por la tele nacional. Dos personas no sabían quién era Gadafi.

Segundo, el miedo. No sé cuánto miedo tienen los coreanos ni exactamente de qué. Tampoco da la impresión de que alguien tenga ganas de retar al régimen en términos políticos. Sí hay quien se arriesga para robar -los bajos de muchas casas tienen rejas-, pero ni siquiera existen vías para intentar canalizar el descontento y salir a la calle. No hay literatura subversiva, ni locales para reunirse, ni opositores a los que seguir. No hay más alternativa que intentar sobrevivir o aprovecharse al máximo del sistema. Parece que los norcoreanos se dividen entre estas dos categorías.
En una charla sobre su país, uno de los norcoreanos más sensatos que conocí me dijo: “Mira, somos humanos como tú y como todos. ¿Qué quieren todos los humanos? Encontrar el modo de ser felices. Nosotros también”. Solo que tienen menos opciones para elegir.
  • Samuell Gallo

1. Es una reserva natural política. Corea del Norte renunció al comunismo hace décadas a cambio de una filosofía propia, el Juche. Su tesis principal es la autosuficiencia. Pero la sociedad se parece aún mucho a lo que podría ser hoy una rígida sociedad comunista. Las granjas son colectivas, la comida y otros productos básicos están racionados, no hay paro y poca propiedad privada, las imágenes de los líderes están por todas partes.

Hay incluso detalles menores que calcan de los comunistas: los trabajadores de oficinas ayudan a los campesinos dos semanas durante la cosecha, los viernes tienen un día de trabajo social (en la foto docenas de amas de casa cuidan un parterre en Pyongyang), los sábados deben estudiar y los domingos descansan.
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En una charla con un diplomático ruso que llevaba casi tres años en Corea, me preguntó qué había ido a hacer allí: “Ver un país distinto”, le dije. “Es una reserva natural política”, me contestó. Es el último país de su especie. Los otros países que se declaran comunistas -China, Cuba, Vietnam y Laos- se han abierto en distintas medidas. Corea del Norte, no.

2. Los coreanos están aislados. El cierre al exterior de Corea del Norte tiene como objetivo preservar el régimen. La influencia de extranjeros y sus costumbres puede ser mala. Es probable que los norcoreanos sean las personas que sepan menos del resto del mundo.
En una charla con una universitaria de veintipocos años, le pregunté por Google, Facebook y Youtube. No sabía qué era ninguna de las tres. En Corea del Norte hay solo intranet, no internet. La red es nacional y pocos tienen acceso a ordenadores con conexión. No sé bien qué información puede encontrarse en esa red especial. En todo caso, es limitada.
Con el cine ocurre algo parecido. En otra conversación, dos personas no supieron quiénes eran Brad Pitt, Harrison Ford y Clint Eastwood. Es probable que hayan podido ver alguna de sus películas y no retengan el nombre. El régimen permite algunas películas históricas extranjeras. Intenta que no se vea el éxito o la potencia de ciudades modernas en países rivales. Algún extranjero dice que circulan de mano en mano deuvedés que llegan de Corea del Sur. No he podido comprobarlo. Otro grupo de universitarios había visto El Rey León y vi en dos locales públicos teles con La Bella y la Bestia y una película de Jackie Chang.
Un joven de un grupo de cuatro universitarios me habló de sus gustos musicales: “Me gusta el rock, pero no el jazz”, dijo. Parecía que sabía distinguirlos. Cuando le pregunté por algún nombre, me dijo: “Ninguno en especial”, con cierto rubor (es difícil decir si sienten algo de vergüenza por no saber obviedades o ni siquiera intuyen que no las saben). Probé con algunos nombres: “¿Beatles, Rolling Stones, Queen, Madonna?” Mientras entre varios intentaban dar con un nombre de un músico extranjero, uno saltó: “¡Beethoven!” No salió ninguno más.
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El dobladillo del papel está hecho especialmente para evitar dañar la imagen del líder actual, Kim Jong un. Hablé con un norcoreano de la nueva esposa del líder actual, que fue presentada en público poco antes de mi viaje. No sabía su edad, su oficio -es cantante- ni de dónde salía: “Cuéntame tú -me dijo-, en el extranjero los medios dicen más cosas”.

3. La propaganda es arrolladora. Desde su fundación, Corea del Norte ha tenido tres presidentes de la misma familia: Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Jong-un. El primer Kim es una figura parecida a la de Mao Zedong: un presunto héroe en la lucha contra el opresor extranjero y el fundador de la patria con ayuda soviética.
Kim gobernó desde 1948 -cuando los soviéticos salieron del país y se fundó la República Democrática Popular de Corea- hasta su muerte en 1994. Su hijo ha mandado desde entonces hasta que murió en diciembre de 2011. En estos ocho meses, en muchos de las grandes esculturas y pinturas de homenaje, el hijo ya acompaña al padre. Estas son las dos grandes estatuas de Pyongyang.
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Aquí vienen las parejas cuando se casan o cuando hay algo que celebrar. Los extranjeros que vamos al país pasamos primero de todo por aquí para hacer una reverencia ante los líderes. En otros carteles, el primer Kim sigue solo:
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Todos los coreanos deben llevar un pin con sus efigies. Hay varios modelos. En todas las casas y lugares públicos también deben colgar los retratos de los dos líderes. El marco no es normal, sino como se ve en la foto. Así parece que siempre miren hacia abajo.
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Muchas de las historias que cuentan en Corea de sus líderes rozan el terreno religioso. El primer Kim sigue siendo “el presidente eterno”. En todos los lugares oficiales por los que pasan -hospitales, obras de ingeniería, museos de costura-, dan “instrucciones”, que se siguen a rajatabla. En muchas de las fotos de los dos líderes hay alguien en la comitiva que toma notas. Se les presenta como los salvadores de la patria: sin ellos, los coreanos no sabrían avanzar. Este es Kim Il-sung rodeado de apuntadores:
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Este es su hijo, Kim Jong-il:
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Un día bromeé con una norcoreana. Había cruzado a pie un riachuelo y le dije: “Jesús tambien anduvo por encima de las aguas. ¿Kim Il-sung no ha hecho algo parecido?” La señora no rió, me miró un poco descolocada y me dijo con respeto: “Las acciones de Jesús son leyendas”. Kim en cambio era real. En otro post hablaré algo más de la religión.

4. Los extranjeros están limitados. El problema para los extranjeros en Corea del Norte es doble: primero, el régimen no quiere que se relacionen con locales y les cuenten cómo es la vida fuera, y segundo, el gobierno pretende dar la imagen de un país eficaz y sólido, así que los extranjeros no deben ver lugares destartalados, sucios o que no funcionen. Esto implica que no puedan salir del hotel ni pasear solos, hablar con locales, hacer fotografías delatoras. El control es casi siempre extraordinario, pero a veces se puede lograr algo con disimulo.
Tampoco puede llevarse móvil; en la frontera los sellan con poca sofisticación, como se ve en la foto. Sí que se puede entrar con ordenador o iPad. No son muy sagaces al identificar novedades. Un extranjero entró sin querer con un aparato que sirve para emitir wifi desde todo el mundo -un MyFi. En la frontera se lo encontraron y le preguntaron qué era. Él respondió: “Una batería”. Y entró.
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Obtener el visado es sencillo: solo hay que pedirlo a través de una agencia que tenga relaciones con el país. (Yo tuve dificultades porque los periodistas no pueden entrar; me ayudó no trabajar en un gran medio.) Se puede ir en grupo o como viajero independiente, pero siempre hay asignados dos guías y un chófer con un itinerario cerrado.
El interés de los coreanos para que el extranjero vea un país perfecto hace levantar sospechas: nadie sabe al final qué es cierto y qué no. Algunos turistas creen que algunas de las visitas están preparadas incluso con actores para dar una mejor imagen. Yo solo tuve esa impresión en un par de presuntos templos budistas.
Los castigos para los coreanos por saltarse alguna de estas normas son aleatorios y en parte muchos se saben sobre todo por gente que ha logrado huir. Sus historias son aterradoras. Solo una persona me citó “dos días de reeducación” medio en broma para referirse a qué pasaría si hacía algo mal. Es un asunto tabú, pero la reeducación parece que va mucho más allá.

5. Hay muchos coreanos que son militares. El país donde yo había visto más militares por la calle era Israel. Corea del Norte le supera de largo. La mayoría de veces he visto soldados sin armas y de paseo o permiso, aunque también van en formación, como se ve en esta foto.
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Incluso en los parques de atracciones -una de las grandes diversiones- iban en formación a pasar un buen rato.
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Es improbable, pero Corea del Norte podría tener que afrontar una nueva guerra contra el Sur. Es la excusa para estar preparados. En el paseo por la zona desmilitarizada que separa las dos Coreas, el oficial que hacía de guía dijo: “Si a los americanos se les ocurre volver a atacar, les aniquilaremos”. Es un ejemplo del discurso oficial optimista.

6. La economía no da para todos. En Corea del Norte no hay paro oficial. Todos tienen aparentemente una labor que hacer. En las ciudades y en las carreteras hay pocos coches, pero mucha gente va arriba y abajo en autobús, tranvía o bicicletas a todas horas, también de noche.
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Solo he podido comprobar dos cosas sorprendentes sobre el trabajo. Primero, en Corea del Norte se usan pocas máquinas. La fuerza humana es la herramienta común. En esta obra que parece de envergadura, solo hay hombres. Las tiendas tienen pinta de ser la residencia de los trabajadores.
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Aquí cavan una zanja a paladas entre tres.
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La maquinaria es difícil de ver también en el caso de grúas para podar o cambiar bombillas en farolas. La seguridad no es una prioridad. En otra obra un militar me vio hacer fotos desde el bus de unos obreros colgados de un andamio sin protección. Nos siguió y tuve que borrarlas. La excusa dudosa era que la obra era del ejército.
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El segundo aspecto interesante es algunos trabajos extraños. El más raro que vi fue el de esta mujer que sacaba hierbas con la mano de un parterre en Kaesong.
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A su lado tenía a una joven y a veces se ayudaban con una pequeña azada. Cuando dejaron de arrancar hierbitas, habían reunido estos montículos. No sé si algún aficionado a la jardinería o botánico sabría explicar qué se consigue así.
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Vi a mucha otra gente en cuclillas en parterres, pero no pude comprobar tan bien qué hacían. La periodista Barbara Demick cuenta en Querido Líder que durante la hambruna de los 90, se buscaban raíces comestibles en los jardines y bosques. Algunos daban la impresión de buscar algo así porque seleccionaban y lo guardaban en un saco. Pero no tengo ninguna prueba definitiva más que fotos así.
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O así.
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Según Naciones Unidas, a dos terceras partes de los norcoreanos no les basta con la comida del gobierno para llegar a fin de mes. Quienes tienen dinero o cultivos, dan con alternativas. Pero hay otros que deben buscarse la vida. Hay varios modos de hacerlo: una prueba son estas torres de vigilancia en los campos de maíz y patatas. En época de cosecha, vigilan que nadie robe.
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7. Las necesidades básicas se cubren en parte. No hay duda de que hay millones de norcoreanos que tienen las necesidades básicas cubiertas. El problema es saber cuántos son y si querrían disfrutar de más. La educación y la sanidad son gratuitas. Por ejemplo, en una especie de biblioteca nacional en Pyongyang jóvenes estudian. Disponen de muchas obras, pero en conversaciones con gente vinculada al centro, a preguntas inocentes sobre cuántos libros había, respondían cantidades brutalmente distintas: de 2 a 23 millones (la Biblioteca del Congreso tiene catalogados 34 millones de libros).
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También pueden aprender inglés o photoshop (con muchos alumnos).
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En la visita nos enseñaron un libro en inglés y un disco viejo de Madonna. En esta sala podían escucharlos, pero no había casi nadie.
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En ese centro tienen un filósofo al que se le pueden preguntar dudas, como si fuera un sacerdote.
Le pregunté quién era su filósofo favorito. Dijo que era Kim Il-sung junto a los apuntes que había hecho su hijo, Kim Jong-il. Durante mi visita, otra persona le pidió si existía el libre albedrío. Se embarcó en una respuesta larga que al intérprete le costaba traducir. Más o menos dijo que existe la independencia, pero que el verdadero sentido está en vivir en sociedad, en lo colectivo; una vida en una isla desierta no tiene sentido. Un ser independiente -siguió- debe ser un líder de masas.
“El colectivismo es lo mejor”, concluyó el traductor. Luego puso un ejemplo: cuando un alumno pide prestado un libro y no lo devuelve a tiempo, el castigo no es para él sino que toda su clase se queda sin poder pedir libros durante un tiempo. “Los castigos colectivos son los mejores”, concluyó.
La sanidad también es gratuita. El único hospital que pude ver -elegido por el régimen- fue una maternidad. Era correcto, aunque con detalles curiosos. Los padres no pueden ver a su mujer o hijo tras dar a luz hasta que no pasan tres o cinco días. Mientras, se comunican por aquí.
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En una de las salas había también esta máquina de rayos uva. Según parece es porque el sol es necesario para evitar enfermedades en la piel tras un tiempo sin estar expuesto. Pero es un artilugio raro en un hospital.
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Así era la máquina de rayos x, importada de Italia.
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Más allá de estas necesidades cubiertas, las oportunidades son limitadas. Si a un ciudadano no le gusta la vida en su pueblo o ciudad no puede mudarse si el gobierno no se lo permite. Todas las entradas y salidas de las ciudades están punteadas de puestos de control. A la llegada a Pyongyang, los autobuses deben salir de la carretera y todos los pasajeros enseñan un carné que les identifica como habitantes de su ciudad. En el tren, esa criba se hace al salir de la estación. En los pueblos, la gente que va en bicicleta baja del sillín y cruzan a pie los puestos de control.
A pesar de todo, comprobé y pude documentar con alguna imagen pequeñas iniciativas de gente que trata de buscarse la vida a margen del sistema. Es un asunto importante. Lo trataré en el último post.

8. La pobreza es grande, la miseria hay que buscarla. Corea del Norte es un país pobre. Excepto en Pyongyang, donde casi todo parece digno, el resto del país es humilde. Desde la calle no puede verse qué hay dentro de las casas. Estos son algunos ejemplos de lo que se puede ver desde fuera. (El gobierno no permite entrar teleobjetivos profesionales de más de 250 mm.)
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O aquí, donde se ve un edificio sin acabar con viviendas ocupadas.
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De noche, puede verse que en todas las casas hay un único punto de luz, en el techo. Los cortes son frecuentes. En once días, viví interrupciones breves de luz al menos cuatro veces en buenos hoteles. En invierno ocurre más a menudo. Corea del Norte está varias semanas a -20 grados. Los jóvenes, para poder ver y estudiar y evitar el frío, bajan a trabajar al metro. Según me han contado, las estaciones están llenas de estudiantes en esa época.
He intentado fijarme, pero he visto poca miseria. Puede ser que en el noreste del país haya más pobreza extrema, pero en las regiones que yo visité vi menos que por ejemplo en India. En once días vi a dos personas harapientas -que no mendigaban- y a unos pocos niños sin zapatos. En este vídeo de una estación de tren del norte del país se ve a un niño abandonado. En Corea del Norte se ven muchos niños solos por la calle -parece un país seguro-, pero este es distinto.
Aquí está capturado en un fotograma:
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Según la periodista Barbara Demick, durante la hambruna de los 90 muchos niños fueron abandonados o quedaron huérfanos y vagaban por las estaciones de ferrocarril. Quizá aún ocurra en algunos casos.

9. Los valores son conservadores. En una charla con una joven universitaria norcoreana le pregunté qué pasaba si a un hombre le gustaba un hombre o a una mujer, una mujer. Me miró sorprendida: “Eso no puede ser”, me dijo. ¿Y si pasa? “Aquí no pasa”.
El divorcio es algo también improbable. Pregunté por motivos para divorciarse: “Debe ser una razón muy sólida”, me dijeron. Pedí ejemplos: ¿que te pongan cuernos? ¿Que te peguen? No me respondieron con detalles. Cuando hay algún tema que se pone difícil suelen dejarlo en un “no lo sé”. En algunos casos, podía ser cierto. El sexo antes del matrimonio era otro asunto tabú. Si hay prostitución en Corea, está a disposición de muy pocos.
El nacionalismo es importante no solo porque están en guerra con el Sur y sus aliados los americanos, sino porque algunos creen que su raza es especial. La Constitución permite casarse a una norcoreana con un extranjero, pero los extranjeros con quienes hablé que habían visitado el país más de una vez me dijeron que era imposible. “Hay que conservar la raza”, me dijo un norcoreano.

10. ¿Los norcoreanos se lo creen? Es la pregunta inevitable. En el siglo XXI hay un país donde la gente va el día de su boda o de su cumpleaños a agradecérselo al líder (era el cumpleaños del militar de la foto) y a hacerle una reverencia; creen que el líder se esfuerza en protegerles y que a la vez es capaz de diseñar una presa, dar consejos técnicos a mineros y ser un gran filósofo. ¿Se creen todo eso o solo lo hacen ver?
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Si la pregunta se les hace en abierto, nadie duda: "El mejor presidente del mundo es Kim Il-sung", me dijo un universitario. "Ningún líder del mundo ha arriesgado bajando 800 metros a una mina de carbón para saludar a su gente; solo Kim Jong-il lo ha hecho", dijo un guía del Museo de las Tres Revoluciones.

Hay dos posibles motivos para la posible fe de los norcoreanos. Primero, la ignorancia. Según un diplomático ruso que lleva casi tres años en Pyongyang, “la mayoría de los norcoreanos saben un 1 por ciento de lo que ocurre fuera”. ¿Solo?, le pregunté. “Bueno, quizá un uno y medio por ciento”, dijo. La propaganda dice que Corea es un gran país. Nadie sabe bien en realidad qué ocurre fuera y si hay algo mejor. Las revueltas árabes no han sido cubiertas por la tele nacional. Dos personas no sabían quién era Gadafi.

Segundo, el miedo. No sé cuánto miedo tienen los coreanos ni exactamente de qué. Tampoco da la impresión de que alguien tenga ganas de retar al régimen en términos políticos. Sí hay quien se arriesga para robar -los bajos de muchas casas tienen rejas-, pero ni siquiera existen vías para intentar canalizar el descontento y salir a la calle. No hay literatura subversiva, ni locales para reunirse, ni opositores a los que seguir. No hay más alternativa que intentar sobrevivir o aprovecharse al máximo del sistema. Parece que los norcoreanos se dividen entre estas dos categorías.
En una charla sobre su país, uno de los norcoreanos más sensatos que conocí me dijo: “Mira, somos humanos como tú y como todos. ¿Qué quieren todos los humanos? Encontrar el modo de ser felices. Nosotros también”. Solo que tienen menos opciones para elegir.
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